lunes, 14 de marzo de 2011

domingo, 13 de marzo de 2011

sábado, 5 de marzo de 2011

Cronista al trote: Mi primera Maratón

Por María Laura Oliva

Con entusiasmo tomé la decisión de inscribirme en la Maratón por el Centenario del Hospital Petrona V. de Cordero de San Fernando. Hace tiempo que ejerzo el periodismo en los municipios de la zona norte del Gran Buenos Aires, y creo que ya no se trata solo de “comunicar” sino también de “ser parte”. Los azares del tiempo hicieron que esta fecha además de ser mi bautizo en carreras deportivas, ocurra en el día que cumplo 20 años en el periodismo local. Un 5 de Marzo de 1991 fue cuando me tomaron como cronista para trabajar en la Radio San Isidro Labrador. Al margen de mi efeméride personal, mi relato apunta a animar a los indecisos a iniciarse en el mundo de las “maratones” o, al menos que sepan qué les espera.

Tal vez sea demasiado pretencioso narrar esta experiencia ya que “correr 3 K” no se oye demasiado trascendente para la vida de nadie. Pero, al compartir las sensaciones que se me cruzaron en ese tramo, tengo la ilusión de animar a los indecisos que miran esta disciplina de reojo.

Todavía los 10 K, están lejos de mi estado físico, pero ahí pongo una meta a alcanzar. Se trata sobretodo de entrenar.

Cuando me enteré de la organización de la Maratón del Centenario del Hospital de San Fernando lo tomé como una señal. Participar en esta disciplina era una idea que desde el año pasado me rondaba y este sábado 5 de marzo, al parecer, se alinearon los planetas. Luego, redactando este relato, sacaría la cuenta de cuán especial es esta fecha en mi vida.

Y ahí estuve. Belgrano y Avellaneda. Con mi hijo de 15 años, que tenía su segunda experiencia en carreras deportivas. La primera vez había sido el día de su cumpleaños, también en San Fernando, frente a la Plaza Mitre, en el marco de una campaña de Seguridad Vial, organizado, como esta vez también, por el gobierno de la Provincia de Buenos Aires.

Las primeras imágenes al llegar al punto de encuentro y que me encienden la adrenalina son los mismos participantes que van de un lado a otro, con trotes cortos, precalentando para atenuar los dolores musculares durante y luego de la competencia.

Más adelante, antes de la entrada de la guardia del Hospital, un profesor de gimnasia, sobre el escenario coordina varios ejercicios aeróbicos para más corredores.

En tanto, el corazón se acelera, recién estoy en la hilera de las inscripciones y el miedo de que empiecen sin uno, se hace presente. Falsa alarma. Los trámites se apuran y tenemos tiempo de practicar algún estiramiento y nos ubicamos entre los “de adelante”: una mala estrategia, y ya contaré porqué, para cuando arranquemos todos.

El primer llamado es a los corredores que participan en la categoría de 1.5 K. Ellos largan, y en 5 minutos los más veloces estarán cruzando la banda de la victoria.

Cuando el reloj marca veinte minutos, corren las vayas y la nueva tropa se alista. Sube la tensión. Un cordón humano marca la línea de “Largada”. El reloj empieza su tiempo de descuento.

En los parlantes, Black Eyed Peas con “I gotta a feeling” sigue alimentando la adrenalina que indica que el momento se acerca. Saltamos, bailamos, algo, el secreto es no dejar de moverse para no enfriar los músculos.

Con el tema “Pa panamericano” el tiempo llega a “00:00” y ahí sí, gritos, aplausos y largamos todos. Los de 3 K y los de 10 K. Los entrenados y los amateurs, todos largamos juntos.

Al principio se escuchan las zapatillas en el asfalto, pero enseguida no es ese el sonido que dará identidad a la carrera. Será el sonido de la respiración fuerte de los corredores que marca un nuevo ritmo, un pulso único, y uno siente que es parte de un inmenso clan humano. La respiración, la clave de toda carrera.

Luego, la gran masa empieza a dispersarse. Cada quien encuentra su paso. Y aquí, es cuando me doy cuenta que no fue muy buena mi estrategia de ubicarnos entre los “de adelante”. De pronto, todos empiezan a alejarse. Incluso los que venían detrás de mí. Y siento que me voy a quedar última y solitaria. Hasta a mi hijo le tengo que decir que se adelante porque no puede seguir mi trote. El único posible para mí para poder sostenerlo durante los 3.000 metros a correr.

Mi primer alivio llegará cuando veo el desvío. Un grupo de asistentes a la distancia ya indican a los corredores con señas y gritos que los de 10 K tienen que doblar hacia la derecha. Y se van por el camino largo. El que los llevará a recorrer la zona náutica de San Fernando. A mí me toca seguir derecho. Por allí, vamos los más modestos en este arte.

“¿Cuánto faltará?”. Es lo único que pienso. “Puedo caminar algún trecho”, también pienso. Pero “después”, me respondo y sigo un poco más. Y siempre un poco más. Ni sé porque calles voy. Reconozco la Perón y hay que doblar a la izquierda. Ya estamos volviendo. Falta la mitad aún. Hay aire todavía. Veo que no estoy tan sola. Pasan a mi lado otros corredores solitarios. Marcando su propio paso.

Segundo alivio. El cartel que indica 9 K. Es decir, me faltan 10 cuadras.

Me compadezco de los improvisados automovilistas que tienen que esperar que pase la “maratón” frente a ellos. Aunque no será tan grave. Los inspectores de tránsito, entrenados, les permiten avanzar en los huecos que se hacen entre los corredores. Así no es tan extensa la espera.

Creo que esbozo una mueca de sonrisa para agradecer el paso, no puedo ni perder energía en eso. Alguien nos grita “vamos que faltan trescientos metros”. Y pienso, “es un montón”. Pero cuando llego a la Belgrano, levanto la vista y veo la pérgola de “llegada”, varias manos animándonos en el último tramo, contraigo el abdomen, extiendo aun más las piernas, y subo la velocidad. Veo amigos que saludan. Y cruzo cuando el reloj marca 18 minutos 17 segundos. Mi primer record!